(In)finita gratitud

pium pium

Se desplazan como si nada ocurriese, se hartan de dizque necesidades. Se ríen, se burlan y siguen... la gula crece.

Llegan tarde, como es costumbre, la angustia y la preocupación. Se revienta la hiel y la codicia, aún con mayor intensidad, se muestra deseosa con cada puñalada, con cada muerte, con cada grito y con cada lágrima.

Sin embargo, persiste la dualidad, persiste la tozudez, persiste la ambición. Saben, -y está demás decirlo- que todo seguirá como está, y peor aún, sabe a ciencia cierta que empeorará arrastrándose en un agonizante, penoso y suplicante final.

Es hilarante -porque lo es-, que la moralidad sea tan frágil cuando traspasa el límite individual y lo que hace unos días era un sueño utópico que hacía alzar los puños en pos del colectivo, se desvanezca tan apresuradamente como la convicción de una madre diciéndole a su hijo que todo estará bien... Y sabe que es mentira.

La ilusión de una mejoría basada en los acuerdos que, esperan generarse de forma escalada y equitativa, con un panorama como el actual, no nos dejan más que vivir de la ironía, de las risotadas y de un falso sentimiento esperanzador. 

Es esa maldita angustia, esa frustración -lo sé-, que te hace comportarte como un patán, pero el saber no me consuela y su indolencia sólo me provoca escozor.


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